domingo, 16 de marzo de 2014

Capítulo 2.

     Regresaron al comedor en busca del bolso de Eileen, el cual se le había olvidado. Mientras, las pequeñas aprovecharon para que la niñera les comprara un paquete de patatas.


     El comedor poco a poco se vació. Era digno de ser llamado obra de arte; techos altos, paredes cubiertas por mil adornos de color dorado y color marfil, sillas y mesas antiguas del mismo color que las paredes.., pero quizás lo más destacable era la preciosa vidriera abovedaba que cubría la zona central de la sala. Eileen jamás podría disfrutar de aquello, ella no era ninguna aficionada al arte, y tampoco era el momento. La pobre chica aún permanecía sentada junto a una mesa, mientras las pequeñas no paraban de preguntar qué hacían allí todavía. Ya hacía por lo menos veinte minutos que habían encontrado el bolso y comprado las patatas, pero no recibían respuestas.


- Pequeñas... -Murmuró por fin, con algunas lágrimas en los ojos,


     Ella también recibió una noticia de aquel tipo con la edad de ocho años, pero era diferente, a ella le quedaba su padre. A ellas no les quedaba nada. No podía imaginar manera alguna para poder evitar aquellos llantos que iban a sonar. No encontraba una manera justa, no la había… ¿Quién podría evitar los llantos tras la muerte de sus seres queridos? Nadie. Así de simple, pero Eileen aún creía en la posibilidad, aunque en el fondo sabía que eso no se podría aplazar. Lo tenía que hacer ahora… Luego, sería más doloroso para ellas y también para sí misma. 


- ¿Sí? ¿'Tita' Leen? 


    De nuevo, Silencio. Solo se oía la respiración entrecortada de Leen y el leve sonido de la escoba rozar el suelo. Parecía que el tiempo se hubiera detenido, como si le hubieran dado una prologa para buscar las palabras exactas, pero eso no duró mucho más.


- ¿Qué pasa 'tita'? ¿Por qué lloras? ¿Estás triste? - Preguntó Azura con esa voz tan dulce, mientras buscaba la mirada de su ‘tita’, así la llamaban. 

- Cariño... - respiró de nuevo, y luego agarró las manos de las tres pequeñas.- Tengo una mala noticia que daros... -Guardó silencio nuevamente, viendo como las pequeñas le hacían gestos para que siguieran, ansiosas, y con gesto preocupado, pero tal vez no tanto como pudiera haber sido el de una persona mayor. Estaba segura que ellas no se esperarían nada de eso. - Papá y Mamá... ya no están...

- ¿Cómo que no están? - Preguntó la más inocente, Sherlyn.

- Están ahora en el cielo....

- ¿Han ido a visitar al tío Erich y al abuelito? -Preguntó nuevamente la pequeña. Era la única que no lo había entendido, pues Daysha y Azura ya se habían aferrado a la falda de Eileen, golpeándola Daysha fuertemente con las manos, como si ella tuviera la culpa.

- No...Cielo, ya no volverán...


     Y así comenzó aquella llantina sin fin, aquella llantina comprensible. Tal vez cuando crezcan no les den tanta importancia a este suceso, pero seguramente sí. Daysha no paraba de dar golpes a Eileen con fuerza, mientras lloraba de forma incontrolada. Sherlyn lloraba de pie, al lado de la mesa, con la mirada perdida y sus preciosos ojos de color azul llenos de lágrimas. Y Azura, la reservada Azura lloraba contra el pecho de Eileen, habían recibido noticias de muerte de seres queridos, pero nunca hubieran esperado la de sus padres, esos padres que adoraban a sus pequeñas, a esas niñas que no paran de cantar, gritar saltar, las causa de sus sonrisas. Ellas.

<<Adiós pequeñas, os queremos>>


Y así fue como Sherlyn se enteró que podía oír a los muertos, pero eso es otra cosa que os contaré más adelante.



Ψ




     En la habitación de un hospital en el centro de la ciudad, una joven madre combatía contra la vida y la muerte, su respiración era demasiado débil y había perdido demasiada sangre, aquel accidente le iba a pasar factura, haciendo que su vida pendiera de un fino hilo que con cualquier movimiento era fácil de alterar. El destino parecía no querer que viviera, las máquinas se volvieron locas, un intenso pitido avisó de forma brusca a los médicos que quizás ya no hubiera nada que hacer. En menos de un segundo la habitación estaba abarrotada de médicos, tratando de devolverla a la vida.


- ¡La Perdemos! Venga, uno, dos, tres.... 


    Y así acercaron el desfibrilador cardíaco hacia el pecho de la mujer, aun sabiendo que todo estaba perdido, pero lo intentaron. Una, dos y tres veces, pero aquello no sirvió de nada, la señora había muerto, y el New York Times ya tenía portada para su nuevo periódico. ''Los Höhner mueren tras trágico accidente''.


Ψ


     El llanto tardo bastante en amainar, pero por fin las pequeñas habían dejado de llorar. 

     A Eileen se le notaba la tristeza en sus propios ojos. El ver como aquellas niñas se habían quedado solas a tan temprana edad, era algo que ella misma no podía permitir, pero aun así sabía que no podía adoptarlas. Todavía era demasiado joven, y con los estudios no podría hacerse cargo de ellas, eso era algo que realmente le dolía, pues en pocas horas les había cogido un gran cariño, con ellas disfrutaba de esa infancia que poco le duró, una infancia robada.

    Otra llamada. 

    Esta vez era para avisar la hora y día del entierro. Iban a ser enterrados en Nueva York, ya que así estaba escrito en el seguro americano de vida que había contratado antes de regresar. Alemania no estaba en sus planes cuando lo contrataron, jamás hubieran pensado que Estados Unidos sería su último destino. 


Ψ


     Aquel lugar era demasiado tétrico, frío, un lugar que se notaba que albergaba muchas almas, almas perdidas, almas en pena, en busca de poder terminar esas cosas que aún le quedan por hacer, cosas que no terminaron en su vida terrenal. Algo normal en un cementerio.


      El cielo estaba nublado. Clichés, como si de una película de Hollywood se tratara, en la cual siempre llueve en situaciones similares, y el ensordecedor sonido de la lluvia que cae sobre los abrigos de las niñas haciendo más dramática y triste la escena. De hecho de no ser un día tan triste por la pérdida de sus padres, la pequeña Sherlyn estaría dando saltos de aquí para allá, le gustaba la lluvia.


- ¿Dónde están? - Preguntó Sherlyn en un leve hilo, los oía, eso le asustaba, y le hacía preguntar ¿No se habían ido?

- En el cielo cariño...

- Pero... yo los oigo. 

- No digas tonterías cielo... - Murmuró Eileen pero con una sonrisa tranquilizadora en su rostro, aunque desconcertada por aquella frase. ‘‘Pero...yo los oigo''



     Al oír aquello la pequeña trato de replicar, pero al ver aquellas dos cajas acercarse se quedó blanca, y pronto rompió al llanto, al igual que las otras dos niñas. 


    Eileen estuvo a punto de no traerlas, eran demasiado pequeñas para contemplar el entierro de sus padres. Pero por otro lado a ella le hubiera gustado despedirse de su madre a pesar de su edad, por eso las llevó. Posiblemente cometía un error...


     Las cajas comenzaron a descender en sus respectivos hoyos, pero antes las pequeñas se acercaron a las cajas llorando, y dejando caer algunas fotos, rosas y un CD que a su madre mucho le gustaba. Quería que en el cielo estuvieran como en casa, escuchando aquella canción que decía algo así '' Imagine all the people living for today...'' Las cajas comenzaron a descender, y el sacerdote poco tardo en decir aquellas palabras que nunca sobran en un acto así. Lágrimas no faltaron. Pataletas tampoco, Daysha seguía con aquel comportamiento impertinente. Incluso varias veces llego a insultar a Eileen como si ella tuviera la culpa de todo, Daysha era pequeña, pero siempre había tenido un genio terrible.


- Mamá... Papá... -Esas palabras no paraban de volver a sonar, una, otra y otra vez.


    Aquellas palabras eran como taladradoras en la propia cabeza de Eileen, la hacían sentir mal. Desde luego se había equivocado en llevarlas, pero ya no había vuelta atrás...



Ψ



     Golpes en el cristal del coche sonaban fuertemente. No se trataba de golpes de la lluvia, para nada. Un hombre vestido de negro aporreaba la ventana mientras gritaba algo, parecía ser una orden judicial.


- ¿Sí? ¿Qué hace aporreando la ventana? - Dijo Eileen tras abrir esta. 

- Señora ¿Esas son las hijas del señor Edgar Höhner y la señora Cornelia Jager?

- Sí... ¿Imagino que usted ha de ser el señor que se encargará de llevarlas a una casa de acogida o un orfanato? –Dijo murmurando mientras salía del coche para hablar con más privacidad.

- Exacto. Me las he de llevar ahora mismo, estás niñas tiene que estar en un lugar bueno para ellas, ya hemos pasado a recoger las pertenencias de las pequeñas, al menos las que tenían en el Hotel, ahora ¿podría dejarme hablar con ellas? O... ¿Usted está interesada en adoptarlas?

- No creo que este sea el mejor momento, acaban de asistir al entierro de sus padres. ¿No cree que…? –Pero este no le dejó terminar la frase interrumpiéndola impertinentemente. 

- Lo siento señora. Pero es mi trabajo. ¿Podría hablar con ellas? Traigo esta orden, y tengo el derecho, no debería pedir ni permiso pero trato de ser lo más educado posible.


     Aquel hombre le había empezado a cabrear, y estuvo a punto de gritarle cuatro cosas, pero este ya se había acercado a la puerta del coche, abriendo así la parte trasera. « ¿Pero este hombre que se cree? »


- ¿Ustedes han de ser esas señoritas tan bonitas de las que me han hablado? ¿Verdad? Tú has de ser Azura, tu Sherlyn y ella Daysha. - Dijo señalando a las niñas equivocadas para que así ellas se animaran a corregirlo.

- Te has equivocado, Sherlyn es ella, Azura soy yo y ella es Daysha. ¿Quién eres tú? - Murmuró Azura llevándose las manos a los ojos mientras sollozaba.

- Pues yo, soy un hombre que quiere hablar con ustedes, pues necesito que vengáis conmigo.

- No quiero ir a ningún lado, yo me quedo con la 'tita' Eileen.- Replicó Daysha que a pesar de haberla culpado por todo la quería mucho, y aquel hombre no le gustaba.


     Quizás el que fuera todo de negro y sus marcadas facciones la hacían recordar a los tipos duros y crueles que solían ver en las películas de los mayores, las películas que en la mayoría de las veces les tenían prohibidas. 


- Pero... ese lugar os gustará, será un lugar lleno de niños con los que jugar, pintar y podrás ir a un colegio muy bonito.

- ¡No quiero! 


    Aquel hombre no era mala gente, simplemente había sufrido mucho en la vida. Se había quedado sin padres a edad muy temprana, había pasado por numerosas casas en las cuales había sido maltratado vilmente, aquello le había hecho ser así. Por lo que no dudo en volver a hablar y describir aquel lugar de forma maravillosa, convenciéndolas poco a poco, aunque Daysha seguía en sus trece. 

     Las dos pequeñas salieron solas del vehículo, pero en cambio a la única que hubo que sacar a la fuerza fue a la pequeña Daysha. Aquello no le gustaba ni a Eileen ni al propio hombre, pero no podía hacer otra cosa.

- ¿Quieres despedirte de ellas?


     Nada más oír aquello se acercó a ellas, sin decir una palabra a aquel frío hombre, aun teniendo unas horribles ganas de asestarle un puñetazo en la cara, pero sacudió la cabeza quitando aquella idea de su mente y abrazó a las tres niñas con lágrimas en los ojos, mientras le susurraba a cada una lo mismo. “Eres especial”


     El coche se comenzó a alejar, dejando allí a Eileen de pie mojándose con la lluvia, preocupada por el futuro de las pequeñas, y prometiéndose a sí misma que algún día las volvería a ver.









viernes, 7 de marzo de 2014

Capítulo 1.




        La familia Höhner había regresado a su segundo hogar tras cuatro años viviendo en Alemania, su tierra natal. La tierra que había visto nacer a cada miembro de su familia, y que ahora tenía que ser dejada atrás. Los Höhner regresaban a su residencia, volvían al país de la “libertad”.

        Iba a ser la primera noche que pasarían en su lujosa casa tras su llegada. La atractiva pareja quería pasarla juntos en el Teatro sin sus pequeños angelitos, que quedaron a cargo de una joven canguro durante todo ese tiempo.

        - ¡Papá! Tráenos un regalito… - Gritó la pequeña Sherlyn tras dar dos besos a ambos.


        Aquella simple frase hizo que Azura y Daysha comenzaran a decir lo que querían. A la pequeña Daysha le encantaban los dulces, como a todo niño, de hecho fue la primera de las gemelas a la que se le cayeron los dientes. Los dulces le volvían loca, su impaciencia y ansía hicieron que la pequeña llorara pensando que se quedaría sin ellos, haciendo reír a carcajadas a sus padres.

        La pareja siempre había estado muy unida, a pesar de que llevaban veinte años casados seguían como el primer día; con el mismo cariño, la misma sonrisa, los mismos mimos. Incluso en ocasiones parecían dos adolescentes enamorados. Desde luego, las princesitas tenían el entorno más favorable y lleno de cariño para crecer; Desde su nacimiento, les dedicaron gran parte de su tiempo. Esa, era la razón de aquella pequeña escapada. Solo era una excusa para pasar unas horas juntos, como pareja que eran.

        ¿Por qué el teatro? Porque siempre había sido algo que a la señora Jager le había gustado y más si iba con su atractivo marido. De hecho, si algo le gustaba a aquella mujer era ir a ver musicales, ya que le apasionaba cantar. Para disfrutar de ello y no perder la costumbre todas las noches les cantaba una nana a sus hijas así como su madre había hecho con ella y con su hermano. Desgraciadamente éste último falleció hace apenas un año tras una sobredosis de metanfetamina.

        La muerte de su hermano fue un duro golpe para ella, pues siempre estuvo muy unida a él. Sus hijas lo adoraban, muchas veces las gemelas imitaban como hablaba, sobre todo Sherlyn. Ella era la que más tiempo pasaba con él, era realmente encantador con las pequeñas. La muerte era aún muy reciente, pero la procesión la llevaba por dentro, intentando así que el regreso a Estados Unidos fuera tan bien como lo habían planeado. Aquellos meses eran una tortura, hacía tan solo un año de la entrada de su hermano en el hospital, y a penas habiendo salido, un mes después falleció inesperadamente.

        Erich se metió en las drogas tan pronto como murió su padre a causa de un cáncer de pulmón. Le afecto de tal manera que no solo comenzó a meterse en “el mundo de la noche” sino también en las drogas y las peleas, acabando así con su juventud.        Sufrió un gran cambio en su forma de ser. Se volvió borde, despreocupado, pero sobre todo, sacó aquel lado rebelde que nunca había mostrado. 
Eso a su hermana Cornelia le entristeció mucho, él siempre había sido un chico brillante, educado, con gran inteligencia y una carrera en medicina casi finalizada. Desprendía un aire rebelde que muchas veces llevaba a la confusión, pero todos decían que era un cielo. 
Varias veces habló del tema con él, pero este la ignoraba por completo, echándole la culpa de innumerables cosas, sobre todo de la muerte de su padre. A pesar de que Cornelia hizo todo lo posible por pagar el tratamiento, pero el cáncer estaba demasiado extendido y la empresa familiar no estaba pasando por el mejor momento. Que la culpara era lo que más le dolía, por lo que acabo por no advertirle más, y de eso sí que se siente culpable. Así mismo no sólo creía haber fallado como hermana, sino que también había defraudado a su difunto padre.





Ψ



        En una lujosa residencia.


        Las pequeñas se encontraban durmiendo plácidamente después haberse contando cuentos la una a la otra. Su madre no podía estar para cantarles la nana que siempre escuchaban. Todos los cuentos eran inventados, las pequeñas tenían una increíble imaginación. Tras haber finalizado el cuento que Sherlyn llamó ‘’La Vaca molana, ona, ona’’ se dejaron dormir.

        La imaginación de las niñas era muy grande, siempre se inventaban algún juego cuando se aburrían de aquellos tan conocidos. Podían ser piratas en un barco, podían ser princesas, superhéroes, podían ser todo lo que quisieran con solo imaginarlo. De hecho muchas veces dicen ver a su abuelo, sobre todo Azura, la cual estuvo bastante unida a él, recuerda ayudarlo a construir cosas con un pequeño martillo que el mismo le construyó.

        Sherlyn, en cambio, dice hablar con su tío, afirma que cuando no está mamá le canta esa nana tan bonita que solo él y ella saben, ya que tristemente su abuela ya no recuerda nada, debido a que con solo sesenta años la vida le quito la memoria como mismo se la dio. 

        Ella siempre había sido la consentidora, la que les dejaba comer todo aquello que quisieran, la que les contaba cuentos o sus múltiples pilladas cuando era pequeña… desde la vez que fue en busca de los huevos de las gallinas cuando su padre no se lo había pedido y terminaron todos rotos además de desperdigados por el suelo. O incluso cuando dijo haberse hecho la enferma para que mientras una señora la atendía sus amigas robaban las peras de un viejo peral. « ¡Qué pilla era la abuela!» Decían las pequeñas cada vez que les contaba la misma historia. Pero ahora ya no podría contarlas…


        Las pequeñas estaban tranquilas, revolviéndose en aquellas camas…
        Mientras en otro lugar…



Ψ




        - ¡CARIÑO, CUIDADO!


        Gritó una mujer, pero no hubo nada que hacer. El coche colisionó contra un enorme camión, que había frenado de repente.

        Gritos. Pánico entre la gente que se encontraba en la escena del accidente. Luces, sirenas, policías, auxiliares, ambulancias se encontraban en el lugar del accidente.

        Los policías trataban de alejar a la gente de la tremenda escena. Uno de ellos tomaba declaración al conductor del camión.

        Los auxiliares se acercaron al coche para examinar a cada uno de los pasajeros. Lamentablemente el hombre que se encontraba dentro había fallecido en el acto debido a que el airbag no se accionó. El fuerte golpe en la cabeza acabó con su consciencia. En cambio, la mujer le había salvado lo que a su marido lo mató. Tenía leves heridas causadas por la acción del airbag y una profunda herida en la pierna derecha haciendo que perdiera mucha sangre. La mujer se hallaba inconsciente.

        Después de haber comprobado el estado de ambos, sacaron a la mujer del coche tras haberle cortado la hemorragia.

        Al mismo tiempo que la mujer era trasladada al hospital más cercano, su marido abandonaba su cuerpo. El brillo de sus ojos azules se iba apagando y su piel perdía color… Era increíble observar como la muerte arrebataba algo tan mundano como la belleza. Incluso su pelo de color dorado había perdido brillo, pero aún así seguía siendo bello… el más bello.

        Las sirenas fueron desapareciendo, sonando cada vez más lejanas, devolviendo a aquella ciudad de nuevo la poca tranquilidad que poseía. Aquella hermosa y ajetreada ciudad donde nadie se conoce, todos tienen prisa, donde muchos no se percatarían de aquel accidente. A penas unos pocos, los otros seguían con su prisa y manos libres. Caminaban a empujones para llegar a su lugar de trabajo o a su casa… Así es Nueva York.




Ψ



        - ¿Mamá, Papá? – Esas fueron las primera palabras que dijo Azura aquella mañana, ya que sus padres les habían prometido que cuando despertaran, estarían allí, pero la pequeña se había recorrido toda la casa y no había rastro alguno de sus padres.

        - Cielo… tal vez hayan ido a algún lugar después del teatro. –Murmuró la veinteañera que las cuidaba sin saber muy bien donde podrían estar. - ¡Vamos a desayunar! Y si quieres luego los llamamos ¿Vale cielo? Despierta a tus hermanas. -Murmuró mientras caminaba hacia el armario donde se encontraba la ropa de las pequeñas y sacaba ropa. Se disponían a bajar al comedor de un hotel cercano.


Mientras, Azura despertaba a gritos a sus hermanas, riendo sin parar.

        - Estás niñas son un encanto… - Murmuró la joven para sí al tiempo que alisaba con la mano un bonito vestido de color azul. La habían hecho reír durante aquella noche, era imposible que algo rompiera aquella armonía. –Solo espero que sus padres vengan pronto, me estoy empezando a preocupar…

        Pero la joven no le dio más importancia, pues imaginó que necesitarían una noche para ellos dos solos. Así que comenzó a vestir a las gemelas, al mismo tiempo Azura se vestía sola en un rincón mirando entre las cortinas. Esperando que llegara el coche de sus padres.

        La joven tan sólo por un segundo se quedó observando a través de la ventana, deseando con todas sus fuerzas que los Höhner estuvieran bien… pero a la vez peinaba su larga y lisa cabellera castaña con sus dedos y observaba con sus enormes ojos marrones como Azura ahora ayudaba torpemente a una de sus hermanas pequeñas a vestirse. 



«Son un encanto.»

        Las pequeñas gemelas empezaron a dar saltos mientras cantaban una canción del rey león “Hakuna Matata’’ de camino al comedor. Agarradas a la mano de la joven y a la vez que Azura hacía lo propio pero agarrada a la mano de su hermana Daysha.

        Llegaron al comedor aun cantando. Algunas personas se giraron mirándolas malhumorados, pues aquel era un hotel bastante ‘de alta clase’ aunque otras en cambio se reían.

        Realmente sus padres habían hecho un esfuerzo para regresar a Nueva York, era todo tan caro allí. Últimamente el negocio familiar no iba demasiado bien. Pero no podían hacer otra cosa, la sucursal de Estados Unidos necesitaba su presencia. 


        - Sher, Day, Azu… Silencio ,¿Vale? Luego podéis cantar cuando regresemos.


        Como siempre pidieron Leche con chocolate y galletas de chocolate. De haber estado sus padres allí, las hubieran regañado. Rara vez le concedían aquel capricho.. Eran niñas, tenían que disfrutar. Eileen, así se llamaba la niñera, no había tenido una infancia como los demás niños. Esa fue la razón por la que decidió consentir a las pequeñas. 


        - Mira Sher, tengo bigote como el abuelo.- Dijo Daysha como siempre dando voces, mientras Sherlyn reía a carcajada limpia.


        Terminaron de desayunar y se dirigieron a un pequeño jardín situado en el interior del hotel, también accesible para clientes del comedor. Allí podría llamar sin ser molestada a la Señora Jager mientras las pequeñas gritaban, cantaban y jugaban en los alrededores. ¡Había que ver qué energía tenían! Nada más despertarse habían estado dando voces.

        Un tono, dos tonos, no lo cogen… Pero finalmente una voz masculina y bastante diferente a la del padre de las pequeñas comienza a hablar.




        - ¿Es usted familiar de Cornelia Jager o de Edgar Höhner? -Hubo un silencio al otro lado de la línea, mientras la joven Eileen empezaba a ponerse nerviosa ¿Les habría pasado algo?
        - No… Soy Eileen, la niñera de las hijas del señor Höhner, llamaba para ver cuando iban a regresar los señores. 
        - Lo siento… Pero creo que eso no va a ser posible… He de comunicarles a los familiares de estas personas, que desgraciadamente ya no se encuentran aquí, han fallecido.