viernes, 7 de marzo de 2014

Capítulo 1.




        La familia Höhner había regresado a su segundo hogar tras cuatro años viviendo en Alemania, su tierra natal. La tierra que había visto nacer a cada miembro de su familia, y que ahora tenía que ser dejada atrás. Los Höhner regresaban a su residencia, volvían al país de la “libertad”.

        Iba a ser la primera noche que pasarían en su lujosa casa tras su llegada. La atractiva pareja quería pasarla juntos en el Teatro sin sus pequeños angelitos, que quedaron a cargo de una joven canguro durante todo ese tiempo.

        - ¡Papá! Tráenos un regalito… - Gritó la pequeña Sherlyn tras dar dos besos a ambos.


        Aquella simple frase hizo que Azura y Daysha comenzaran a decir lo que querían. A la pequeña Daysha le encantaban los dulces, como a todo niño, de hecho fue la primera de las gemelas a la que se le cayeron los dientes. Los dulces le volvían loca, su impaciencia y ansía hicieron que la pequeña llorara pensando que se quedaría sin ellos, haciendo reír a carcajadas a sus padres.

        La pareja siempre había estado muy unida, a pesar de que llevaban veinte años casados seguían como el primer día; con el mismo cariño, la misma sonrisa, los mismos mimos. Incluso en ocasiones parecían dos adolescentes enamorados. Desde luego, las princesitas tenían el entorno más favorable y lleno de cariño para crecer; Desde su nacimiento, les dedicaron gran parte de su tiempo. Esa, era la razón de aquella pequeña escapada. Solo era una excusa para pasar unas horas juntos, como pareja que eran.

        ¿Por qué el teatro? Porque siempre había sido algo que a la señora Jager le había gustado y más si iba con su atractivo marido. De hecho, si algo le gustaba a aquella mujer era ir a ver musicales, ya que le apasionaba cantar. Para disfrutar de ello y no perder la costumbre todas las noches les cantaba una nana a sus hijas así como su madre había hecho con ella y con su hermano. Desgraciadamente éste último falleció hace apenas un año tras una sobredosis de metanfetamina.

        La muerte de su hermano fue un duro golpe para ella, pues siempre estuvo muy unida a él. Sus hijas lo adoraban, muchas veces las gemelas imitaban como hablaba, sobre todo Sherlyn. Ella era la que más tiempo pasaba con él, era realmente encantador con las pequeñas. La muerte era aún muy reciente, pero la procesión la llevaba por dentro, intentando así que el regreso a Estados Unidos fuera tan bien como lo habían planeado. Aquellos meses eran una tortura, hacía tan solo un año de la entrada de su hermano en el hospital, y a penas habiendo salido, un mes después falleció inesperadamente.

        Erich se metió en las drogas tan pronto como murió su padre a causa de un cáncer de pulmón. Le afecto de tal manera que no solo comenzó a meterse en “el mundo de la noche” sino también en las drogas y las peleas, acabando así con su juventud.        Sufrió un gran cambio en su forma de ser. Se volvió borde, despreocupado, pero sobre todo, sacó aquel lado rebelde que nunca había mostrado. 
Eso a su hermana Cornelia le entristeció mucho, él siempre había sido un chico brillante, educado, con gran inteligencia y una carrera en medicina casi finalizada. Desprendía un aire rebelde que muchas veces llevaba a la confusión, pero todos decían que era un cielo. 
Varias veces habló del tema con él, pero este la ignoraba por completo, echándole la culpa de innumerables cosas, sobre todo de la muerte de su padre. A pesar de que Cornelia hizo todo lo posible por pagar el tratamiento, pero el cáncer estaba demasiado extendido y la empresa familiar no estaba pasando por el mejor momento. Que la culpara era lo que más le dolía, por lo que acabo por no advertirle más, y de eso sí que se siente culpable. Así mismo no sólo creía haber fallado como hermana, sino que también había defraudado a su difunto padre.





Ψ



        En una lujosa residencia.


        Las pequeñas se encontraban durmiendo plácidamente después haberse contando cuentos la una a la otra. Su madre no podía estar para cantarles la nana que siempre escuchaban. Todos los cuentos eran inventados, las pequeñas tenían una increíble imaginación. Tras haber finalizado el cuento que Sherlyn llamó ‘’La Vaca molana, ona, ona’’ se dejaron dormir.

        La imaginación de las niñas era muy grande, siempre se inventaban algún juego cuando se aburrían de aquellos tan conocidos. Podían ser piratas en un barco, podían ser princesas, superhéroes, podían ser todo lo que quisieran con solo imaginarlo. De hecho muchas veces dicen ver a su abuelo, sobre todo Azura, la cual estuvo bastante unida a él, recuerda ayudarlo a construir cosas con un pequeño martillo que el mismo le construyó.

        Sherlyn, en cambio, dice hablar con su tío, afirma que cuando no está mamá le canta esa nana tan bonita que solo él y ella saben, ya que tristemente su abuela ya no recuerda nada, debido a que con solo sesenta años la vida le quito la memoria como mismo se la dio. 

        Ella siempre había sido la consentidora, la que les dejaba comer todo aquello que quisieran, la que les contaba cuentos o sus múltiples pilladas cuando era pequeña… desde la vez que fue en busca de los huevos de las gallinas cuando su padre no se lo había pedido y terminaron todos rotos además de desperdigados por el suelo. O incluso cuando dijo haberse hecho la enferma para que mientras una señora la atendía sus amigas robaban las peras de un viejo peral. « ¡Qué pilla era la abuela!» Decían las pequeñas cada vez que les contaba la misma historia. Pero ahora ya no podría contarlas…


        Las pequeñas estaban tranquilas, revolviéndose en aquellas camas…
        Mientras en otro lugar…



Ψ




        - ¡CARIÑO, CUIDADO!


        Gritó una mujer, pero no hubo nada que hacer. El coche colisionó contra un enorme camión, que había frenado de repente.

        Gritos. Pánico entre la gente que se encontraba en la escena del accidente. Luces, sirenas, policías, auxiliares, ambulancias se encontraban en el lugar del accidente.

        Los policías trataban de alejar a la gente de la tremenda escena. Uno de ellos tomaba declaración al conductor del camión.

        Los auxiliares se acercaron al coche para examinar a cada uno de los pasajeros. Lamentablemente el hombre que se encontraba dentro había fallecido en el acto debido a que el airbag no se accionó. El fuerte golpe en la cabeza acabó con su consciencia. En cambio, la mujer le había salvado lo que a su marido lo mató. Tenía leves heridas causadas por la acción del airbag y una profunda herida en la pierna derecha haciendo que perdiera mucha sangre. La mujer se hallaba inconsciente.

        Después de haber comprobado el estado de ambos, sacaron a la mujer del coche tras haberle cortado la hemorragia.

        Al mismo tiempo que la mujer era trasladada al hospital más cercano, su marido abandonaba su cuerpo. El brillo de sus ojos azules se iba apagando y su piel perdía color… Era increíble observar como la muerte arrebataba algo tan mundano como la belleza. Incluso su pelo de color dorado había perdido brillo, pero aún así seguía siendo bello… el más bello.

        Las sirenas fueron desapareciendo, sonando cada vez más lejanas, devolviendo a aquella ciudad de nuevo la poca tranquilidad que poseía. Aquella hermosa y ajetreada ciudad donde nadie se conoce, todos tienen prisa, donde muchos no se percatarían de aquel accidente. A penas unos pocos, los otros seguían con su prisa y manos libres. Caminaban a empujones para llegar a su lugar de trabajo o a su casa… Así es Nueva York.




Ψ



        - ¿Mamá, Papá? – Esas fueron las primera palabras que dijo Azura aquella mañana, ya que sus padres les habían prometido que cuando despertaran, estarían allí, pero la pequeña se había recorrido toda la casa y no había rastro alguno de sus padres.

        - Cielo… tal vez hayan ido a algún lugar después del teatro. –Murmuró la veinteañera que las cuidaba sin saber muy bien donde podrían estar. - ¡Vamos a desayunar! Y si quieres luego los llamamos ¿Vale cielo? Despierta a tus hermanas. -Murmuró mientras caminaba hacia el armario donde se encontraba la ropa de las pequeñas y sacaba ropa. Se disponían a bajar al comedor de un hotel cercano.


Mientras, Azura despertaba a gritos a sus hermanas, riendo sin parar.

        - Estás niñas son un encanto… - Murmuró la joven para sí al tiempo que alisaba con la mano un bonito vestido de color azul. La habían hecho reír durante aquella noche, era imposible que algo rompiera aquella armonía. –Solo espero que sus padres vengan pronto, me estoy empezando a preocupar…

        Pero la joven no le dio más importancia, pues imaginó que necesitarían una noche para ellos dos solos. Así que comenzó a vestir a las gemelas, al mismo tiempo Azura se vestía sola en un rincón mirando entre las cortinas. Esperando que llegara el coche de sus padres.

        La joven tan sólo por un segundo se quedó observando a través de la ventana, deseando con todas sus fuerzas que los Höhner estuvieran bien… pero a la vez peinaba su larga y lisa cabellera castaña con sus dedos y observaba con sus enormes ojos marrones como Azura ahora ayudaba torpemente a una de sus hermanas pequeñas a vestirse. 



«Son un encanto.»

        Las pequeñas gemelas empezaron a dar saltos mientras cantaban una canción del rey león “Hakuna Matata’’ de camino al comedor. Agarradas a la mano de la joven y a la vez que Azura hacía lo propio pero agarrada a la mano de su hermana Daysha.

        Llegaron al comedor aun cantando. Algunas personas se giraron mirándolas malhumorados, pues aquel era un hotel bastante ‘de alta clase’ aunque otras en cambio se reían.

        Realmente sus padres habían hecho un esfuerzo para regresar a Nueva York, era todo tan caro allí. Últimamente el negocio familiar no iba demasiado bien. Pero no podían hacer otra cosa, la sucursal de Estados Unidos necesitaba su presencia. 


        - Sher, Day, Azu… Silencio ,¿Vale? Luego podéis cantar cuando regresemos.


        Como siempre pidieron Leche con chocolate y galletas de chocolate. De haber estado sus padres allí, las hubieran regañado. Rara vez le concedían aquel capricho.. Eran niñas, tenían que disfrutar. Eileen, así se llamaba la niñera, no había tenido una infancia como los demás niños. Esa fue la razón por la que decidió consentir a las pequeñas. 


        - Mira Sher, tengo bigote como el abuelo.- Dijo Daysha como siempre dando voces, mientras Sherlyn reía a carcajada limpia.


        Terminaron de desayunar y se dirigieron a un pequeño jardín situado en el interior del hotel, también accesible para clientes del comedor. Allí podría llamar sin ser molestada a la Señora Jager mientras las pequeñas gritaban, cantaban y jugaban en los alrededores. ¡Había que ver qué energía tenían! Nada más despertarse habían estado dando voces.

        Un tono, dos tonos, no lo cogen… Pero finalmente una voz masculina y bastante diferente a la del padre de las pequeñas comienza a hablar.




        - ¿Es usted familiar de Cornelia Jager o de Edgar Höhner? -Hubo un silencio al otro lado de la línea, mientras la joven Eileen empezaba a ponerse nerviosa ¿Les habría pasado algo?
        - No… Soy Eileen, la niñera de las hijas del señor Höhner, llamaba para ver cuando iban a regresar los señores. 
        - Lo siento… Pero creo que eso no va a ser posible… He de comunicarles a los familiares de estas personas, que desgraciadamente ya no se encuentran aquí, han fallecido.

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